jueves, 18 de diciembre de 2014

MALDITO TIEMPO



               Desde que nacemos, nos condiciona en todas las fases de nuestra vida, afectándonos
negativamente por su condición de oxidante. Acaba con nuestra época de bebés,
arrancándonos con su paso la inocencia, candidez y extrema ternura de que hacemos gala en esa época de nuestro desarrollo.
               Más adelante, de niños, nos engaña, dejándonos olvidar su presencia. Parece estar ausente mientras jugamos, nos distraemos con nimiedades, haciendo de héroes, príncipes,  princesas, médicos, enfermeras… Pasamos sin darnos cuenta  la adolescencia, en la que empezamos a desarrollar nuestra personalidad, a enfrentarnos a nosotros mismos, a sacar nuestros rasgos más definitorios y decisivos, audacia, valentía, timidez…, que proyectamos en nuestra juventud y que configurarán nuestra verdadera personalidad y nuestros rasgos psicosociales más definitorios. Pero él sigue presente y, mientras nos pasa de un rol a oto, este tiempo traidor nos niega la posibilidad de volver atrás; cuando nos damos cuenta de su paso, nos encarcela en el presente, dejándonos pensar en el futuro, pero vetando toda posibilidad de volver al pasado para arreglar situaciones con las que “a toro pasado” no estamos de acuerdo. Enemigo cruel, que nos deja ver nuestra película y no nos permite cambiar los planos con los que estamos en desacuerdo o a los que en una segunda oportunidad configuraríamos de forma bien distinta. 
               Así, llegamos a ser adultos. No hemos sido conscientes, pero lo somos. Percibimos el
tiempo como un bien escaso, somos libres de tomar decisiones, pero estamos mediatizados, sentimos que el tiempo, como el agua, es un don corto, exiguo; nos acucia, apremia y empieza a ser protagonista indirecto de nuestra azarosa y accidentada vida. Casi todo comienza a ser secundario (amistades, familia, hijos) y pasa a segundo plano, pues el tiempo nos impele a condicionar nuestra existencia a su paso inexorable. Trabajamos sobre todo por conseguir más bienestar, mejor educación, más prestigio social, sin apercibirnos de que es a costa de agotar ese tiempo etéreo que, cuando lo necesitamos, no podemos volver a tener disponible. En cierto modo, él es el protagonista de nuestra vida, el elemento que, cuando falta, acaba connuestra existencia y, por lo tanto, con nuestra condición de seres humanos.
               Es un traidor, nos absorbe; por su culpa, nuestros hijos se nos escapan de las manos, llegan a adultos y asumen nuestros roles, también dominados por el tiempo y atrapados en nuestro mismos errores. Incluso a los sentimientos, de una manera u otra, acaba cambiándoles su sentido o, lo que es más cruel, nos priva a veces de ellos. Cuántas soledades origina, cuántos amores puros cambia y cuántos desengaños crea con su paso y su guadaña destructora. El amor es verdad que persevera, pero el tiempo consigue desvirtuarlo en muchas ocasiones, lo priva de su interés emocional, aunque en la mayoría de los casos preserve el interés natural que proporciona la convivencia. Aun así, termina por separar a los enamorados, a los amigos, a los hijos de los padres…, y a todos, de algo tan consustancial y tan bonito comoes la vida misma.
               ¡Maldito tiempo!

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