Con la
perspectiva que dan los días, se analiza con más claridad cualquier acontecimiento
que a uno le haya ocurrido más o menos recientemente. Pasado ya un tiempo
desde que no estás con nosotros, por fin
me atrevo a dedicarte unas líneas que por una causa o por otra no he podido o
no he sido capaz de redactar.
No sé donde
van los perros, no creo que tengáis paraíso, ni que seáis juzgados, pues en ese
caso, todos seríais absueltos y con toda seguridad premiados. Solo sé, que te
echo de menos. Cualquier rutina de la casa, una mirada a algo, los restos de
comida que te guardaba y con los que tanto disfrutabas o cualquier rato de
descanso que compartías en mi regazo, de manera inevitable me trae tu recuerdo,
no solo por mi egoísmo al no tenerte, sino por haberme enseñado unos valores
que estoy seguro muchos seres humanos no son capaces de hacérmelos ver.
Tu fidelidad a
prueba de balas, tu nobleza por encima de todo, tu entrega sin esperar nada a cambio,
tu mirada sincera y bonachona, hacen que hoy en muchos aspectos me sienta
desolado, triste, y a veces irascible pensando en por qué te ha tocado a ti,
mejor dicho por qué me ha tocado a mi perderte, por qué no me ha dado tiempo a
devolverte todo el cariño que tú de manera tan desinteresada me has
proporcionado. Solo me queda una profunda tristeza y pena porque a pesar de haberte podido disfrutar unos años, tu
falta ha sido un castigo dirigido a mi línea de flotación más importante: la de la sensibilidad. Siendo así,
que al irte me has dejado un vacío y un corte en el cable del cariño, que muy difícilmente
podré restablecer.
Con el tiempo, sé que irán aflorando lo buenos
momentos y las imágenes que de ti guardo, tu mirada simplona pidiendo permiso
para subirte en el sillón, tu rabillo tieso pidiendo salir de paseo, y tu
lameteo como demostración cariñosa etc. Pero mientras ese momento llega,
combatiré mi tristeza, repitiendo y repitiendo esas nobles imágenes que tú has
conseguido grabar en mi corazón.
Hasta siempre